DANGERINE

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Valentin Videla


Era un lunes más, estaba terminando el primer café del día cuando irrumpe en mi oficina Rolo, el Director de Finanzas. Con la cara desencajada, frustrado y con el ceño fruncido, se sentó mirando al cielo y sentenció: “tenés que ayudarme Marcos, no puedo más, ya no sé qué hacer”.

Apenas me dio tiempo de sacar la mirada del  monitor, Rolo tenía una expresión rara, como esperando una respuesta mágica a su preámbulo angustioso.  

  • ¿Qué te pasa Rolo?
  • Estoy sacado…
  • Sí, veo…, contame qué te pasa.
  • Tengo veinte kilos de más, me comí todo el fin de semana, y esta  mañana cuando me senté en el auto la camisa formó una cadena de ADN entre botón y botón. El domingo intenté jugar con las chicas al tenis y a los diez minutos me quedé doblado usando la raqueta de bastón. Un desastre.
  • Rolo, tenés 45 años, sos Director de una gran empresa, tenés tres nenas divinas, una mujer preciosa y un equipo de 39 personas. Explicame cómo ese perfil coincide con el   Winnie the Pooh que se presenta lloriqueando y rendido al Director de Recursos Humanos; decime la verdad, ¿te estás drogando?
  • No me jodas, te juro que no puedo más, venía maquinando con el tema desde ayer a la noche, me juré en el peaje arrancar con la dieta y dos puentes más adelante estaba pidiéndole galletitas a las chicas que iban desayunando atrás. Entré a la oficina, fui a la sala de reunión y no llegué a decir ”hola” con la boca vacía…, me comí dos de manteca y una de grasa. Fue un baldazo de frustración, les dije que arrancaran la reunión, que volvía en un rato, y acá estoy.
  • Aja…, bueno, ¿y por qué crees que yo puedo ayudarte con esto?
  • Sos de Recursos Humanos, se supone que te encargas de la gente ¿no? Si querés voy a conversarlo con el Director de Sistemas.
  • Al menos no perdiste tu fraternal sentido del humor… Lo que quiero decir es que  te puedo contener, podemos charlar y te puedo dar un consejo, pero lo más apropiado es que te vea un nutricionista. Y si es más de la cabeza que de la boca, un psicólogo.

Podés empezar con el médico de la empresa que viene todos los lunes ¿Por qué no lo vas a ver?

  • No estoy loco y sé que es lo que tengo que comer, lo que necesito es ayuda.
  • ¿Y yo cómo puedo ayudarte?
  • No sé.
  • Rolo, querido, no te puedo mentir y tratarte como un adolescente, tengo que decirte lo que el resto no te va a decir porque nadie va a tener el coraje para decirle al cabrón del Director de Finanzas que está hecho un lechón y que su “lechon condition” lo hace estar de un pésimo humor;  estás irritable y combativo.
  • Lo mismo dice mi mujer.
  • Yo te ofrezco mi ayuda como compañero de laburo pero no puedo hacerte bajar 20 kilos por SAP. Tenés que ver a un médico.

Conversamos durante veinte minutos sobre las medialunas de las reuniones, los sandwichs durante las videoconferencias semanales con la fábrica, las cenas regadas de vino tinto de cada visita, etc, etc. Finalmente Rolo aceptó ver un médico.

Rolo salió de la oficina con la decepción natural de tener que recorrer el único camino que le iba a resultar en una solución; ver a un profesional y enfrentar un tratamiento. Agendé “Rolo-Dieta” para el viernes; quería  darle coraje y desafiarlo a que tenía que comer bien el fin de semana porque el lunes no iba a jugar otra vez al psicoanalista.

El lunes  siguiente Rolo llego a la oficina tarareando la Marcha Peronista. Estaba exultante:

  • “Bongiorno”, -acusó recostado en el marco de la puerta-. Su expresión contagiaba entusiasmo.
  • Hola Rolo, o cumpliste con la dieta o te convenciste que comer rico te entusiasma más que estar delgado.

Se rió con ganas.

  • Estoy bárbaro, arranqué el jueves con la nutricionista, camine el fin de semana una hora cada día, comí ensalada, tomé dos litros de agua por día y ¡Bajé casi dos kilos!
  • Bien Rolo, te felicito, me pone muy contento, ahora tenés que tener disciplina.
  • Si claro, ahora tengo que tener conducta, comer sano y canalizar la ansiedad en otro lado.

Con esto de la dieta estuve pensando durante el fin de semana, que como Compañía, tenemos la responsabilidad de brindarle a la gente una opción saludable de snacks en la oficina. Hoy tenemos esas máquinas con alfajores, chocolates y galletitas que no ayudan a nadie ¿Por qué no poner frutas en cambio?

  • Rolo ¿hace cuatro días que estás haciendo dieta y ahora sos el Michael Moore de las “grasas trans”?
  • ¿Qué, acaso no sería correcto?  Hace años que vengo ganando kilos por culpa de esas máquinas, de las reuniones y de las comidas en las que estoy obligado a asistir.
  • Rolo, son las 8.30hs del lunes y me cuesta pensar que la compañía se transformó desde el viernes a la tarde a hoy en una perversa organización que engorda gente.  Si vos necesitas algo, lo podemos conversar y ver cómo podemos ayudarte, pero te ruego que no transformes una necesidad personal  en una cruzada demagógica.
  • Yo te lo digo porque hay mucha gente que lo necesita y sé que otras compañías lo hacen. Pensalo, fijate, yo creo que estaría bueno.
  • Rolo, la lista de cosas “que estarían buenas” es infinita y cada uno tiene su propia lista. Tengo un pedido de un bicicletero, de un personal trainer para el grupo de runners, propuestas de “mejoras” para el menú del comedor (en el que proponen días de comida regionales), quejas por la calidad del café, quejas sobre la calidad del turrón de la caja de fin de año, de la calidad del papel higiénico, sobre árbitro del campeonato de fútbol, sobre las mancuernas del gimnasio, sobre la temperatura del aire acondicionado, también acerca de la marca de analgésico del botiquín, sin olvidarse por supuesto, de la catarata de propuestas para mejorar el balance de vida laboral / personal.

Sin ir más lejos, ayer se acercó a mi equipo una persona de sistemas para proponer una idea de “flex time”; pensó que como ya tenemos los viernes cortos (el programa “Early check out”), proponía hacer un “Late check in” los lunes ¿No es genial? Yo creo que si seguimos así algún día vamos a tener “años cortos” y vamos a dejar de laburar en octubre.

Créeme Rolo, sobran iniciativas que “están buenas”, la dificultad de administrarlas es que todas esas iniciativas tienen más que ver con el “Orden del Día” de la junta de un Club, que la de una empresa. El Club está concebido para que la gente la pase bien, es un lugar donde vas exclusivamente a hacer lo que querés. La diferencia con la empresa es que nuestra razón de ser es hacer negocios y la gente cumple un rol clave: trabajar.

Lo que sucede es que para atraer a los mejores talentos las empresas, compiten: viernes cortos, metegol, frutas, almuerzo, masajes, yoga, guardería para perros, gimnasio, etc. Hoy muchas compañías se dieron cuenta que disfrazarse de Club puede atraer, por sobre todo, a los jóvenes, que no sólo buscan un trabajo sino también un lugar para pasarla bien y donde puedan socializar.

El problema, querido Rolo, es que mucha de estas empresas se preocupan por mejorar las instalaciones y las propuestas del “Club”, olvidando que la gente verdaderamente talentosa busca un lugar desafiante para trabajar, un lugar donde puedan explotar su propio potencial, donde la propuesta de valor no pase por los espacios de recreación sino por los espacios para crear, proponer y gestionar, un espacio donde puedan sumar experiencias que les permitan construir una mejor historia.

Desde ya que la combinación de ambas es el escenario ideal, y el gran desafío de Recursos Humanos es cómo balancearlas para no caer en los extremos de los que es muy difícil y costoso volver.

Encontrar este balance es un proceso artesanal y de una subjetividad enorme, es por eso que siempre evaluamos todas las iniciativas y nuevas ideas. Justamente hoy  tengo mi reunión semanal con el equipo y voy a incluir el tema de las frutas para escuchar opiniones.

Eran las diez de la mañana, Mariano el Gerente de Compensaciones y Beneficios, llegó como siempre, puntual e inmutable. Pasadas las diez, sonriente, y como si su llegada tarde fuera algo “divertido”, entró Rosario, Gerente de todos los procesos Soft.

Conversamos sobre las prioridades para la semana; discutimos sobre la manera de presentar el proceso de incremento salarial en el comité del próximo mes, la potencialidad de un reclamo sindical latente por las horas extras y la expatriación del Gerente de Comunicaciones.

El tema de Rolo lo dejé para el final:

  • Antes de terminar una cosa más -dije-. Estuve hace unos días en las oficinas de un colega y observé que tenían frutas en la cafetería como opción de snack saludable. ¿Qué les parece?
  • Mirá Marcos –disparó Mariano-, yo no te voy a dar vueltas, me parece una estupidez, el que quiera una fruta que se la traiga. Hay una frutería en la otra cuadra, ya pusimos las máquinas de snacks el año pasado porque algunos se quejaban que el kiosco de enfrente era caro y que perdían tiempo. Por esa razón tuvimos que cortar el presupuesto de clases de idiomas un diez por ciento. Espero que por la frutas no bajemos el incremento salarial de este año.
  • A mí me parece genial -irrumpió Rosario-, es una iniciativa de bajo costo y con alto impacto. Además, es una clara señal de interés por la salud de la gente que también apuntala nuestro programa de Bienestar.
  • Bienestar es trabajar ocho horas por día, ¿le vamos a dar una fruta a los chicos de Finanzas bajo el lema del bienestar cuando están trabajando jornadas de once horas? –dijo Mariano-
  • No estoy de acuerdo Mariano, trabajan tantas horas en esta época del año porque está el cierre del presupuesto, no creo que reste. Al menos si tienen que estar más tiempo en la oficina creo que es un buen gesto ofrecerles una fruta -respondió Rosario-
  • También podemos comprar arroz y se lo dejamos hervido en los escritorios ¡y de postre, la fruta!

Me sorprendió el nivel de emoción que provocó el tema. No quería que esto generara una confrontación, pero sentí que ya era tarde:

  • Por favor no tomemos posturas extremas. Es claro que podemos construir fácilmente argumentos para hacer lucir esta iniciativa como despótica y demagógica. Pero también es cierto que bien comunicada puede ser percibida como algo genuino y complementario.

Mariano, entiendo tu punto de vista y sé que algunos pueden tener esa mirada, pero considero que el impacto puede ser positivo y estoy dispuesto a que asumamos el riesgo.

  • ¿Y quien se va a hacer cargo de la administración de todo el proceso? ¿Es un Beneficio o es una acción del programa de Bienestar? –consulto Mariano-
  • ¿Proceso?, dale Marian, -dijo Rosario- hay que comprar un par de frutas y nada más, yo me encargo.

No quise desaprovechar el entusiasmo de Rosario y le di un cierre al tema:

  • Ok Rosario, lo liderás vos,  arma la comunicación en el marco de nuestro programa de bienestar y aprovecha para hacer un resumen de todos los programas para generar recordación: los masajes, las pausas saludables de streaching, el grupo de running de los miércoles y el torneo de fútbol.

¿Arrancamos el próximo lunes?

  • ¡Ok! -dijo Rosario- con entusiasmo

Mariano levanto las dos cejas y me miro como deseándome suerte. Se limitó a decir que le dijeran cuánto saldrían las “frutitas” y a dónde habría que imputarlas.

Rolo era monotemático, denso, parecía que toda su vida la había dedicado a la nutrición; sabía las calorías de cada alimento y las harinas habían pasado a estar a la altura de las drogas sintéticas.

Eso me hacía recordar el tema de las frutas todos los días. El jueves le pregunté a Rosario como venía con el tema:

  • Hola Rosario, ¿cómo venimos con la logística de las frutas para el lunes?
  • El frutero de la cuadra no tiene factura, ni ticket y dice que no tiene cadete para traer la fruta a la mañana.
  • ¿Y que alternativa se te ocurre?
  • Vamos a hacer los pedidos por internet al supermercado.
  • Ok, dale seguimiento y lanza la comunicación.

Y así arranco la historia de las frutas….Lanzamos la comunicación el viernes anunciando que a partir del lunes tendríamos frutas en la oficina.

Eran las diez de la mañana del lunes y ya habían pasado no menos de siete empleados preguntando dónde podían encontrar las frutas. Rosario ya había reclamado al delivery del supermercado tres veces y le decían que estaban en camino. Finalmente a eso de las once llegó el pedido, pero el muchacho de seguridad (que no está en la lista del mail por ser personal externo) lo rechazo con mucha convicción, ¿a quién se le ocurre que alguien podría haber ordenado veinte kilos de fruta para la oficina?

Rosario volvió a reclamar, y cuando le dijeron que había sido rechazado en la puerta de ingreso, bajó hecha una furia. El pobre muchacho de la entrada no tuvo la oportunidad de explicar que nadie le había informado del pedido. Rosario fue a paso firme hasta la frutería de la otra cuadra, en el camino llamó al pasante del Recursos Humanos diciéndole que suspenda la inducción del analista de finanzas por un momento para acompañarla a traer el pedido de fruta.

A las doce del mediodía estaban las frutas en la oficina. Todos vieron llegar a Rosario al comedor con el preciado cargamento; “llegó el delivery”, se escuchó desde la mesa en la que estaban tomando café los muchachos de ventas. Rosario sonrió agitando una banana de manera amenazante.

Durante la semana se repitió la misma historia tres veces. Rosario pasaba gran parte de la mañana bajo la tensión de la entrega del delivery, la recepcionista ya estaba harta de reclamar, pero más estaba aún de la presión de Rosario que la llamaba cada quince minutos.

Mariano no disfrutaba de la situación porque sabía que en algún momento ese desorden tendría un costo para él, pero haber predicho que se trataba de un proceso y que como tal, tenía sus tiempos, interlocutores, cuellos de botella y que cuando son subestimados, simplemente falla; era una caricia a su ego.

Finalmente Rosario decidió involucrar a la gente de compras para que consiguieran un proveedor que pudiera asegurar la entrega en horario y  facturar. Compras se comprometió a buscar tres opciones (de acuerdo a la política) entrevistarlos y luego de hacer la licitación, dar una recomendación.

Durante la tercera semana Rosario llego a su límite. Ya no sólo había delegado la tarea en el pasante y la recepcionista sino que también comenzaba a acumular algunos “comentarios” de los empleados respecto a la fruta. Algunos le sugirieron que las bananas se acababan más rápido que las mandarinas, que sería bueno cambiar el mix. Otro grupo le pidió si no podían incluir barras de cereal porque a algunos no le gustan las frutas pero quieren sumarse al snack saludable.

Rosario planteó sin vueltas su frustración en la reunión semanal:

  • Marcos, ¡Suspendamos la fruta! Marian, tenías razón, subestimé el tema y es un proceso que consume un montón de tiempo, no hay proveedores preparados para atendernos, o venden en negro, o no tienen delivery, o  no tienen compromiso con la entrega. La verdad es que no sé cómo arreglarlo, el pasante pasa una de sus tres horas de trabajo diarias administrando este tema.
  • No podemos suspenderlo –dije-, si evaluamos mal el proceso es nuestra falta. Si estamos convencidos que el beneficio es bueno debemos encontrar una solución ¿La gente está contenta?
  • Si, le encantó y es muy valorado, claro que ya se están quejando de algunas cosas –aclaró Rosario-.
  • Mariano, conozco tu opinión sobre el tema pero necesitamos de tu capacidad para organizar las cosas, por favor, dale una mano a Rosario.
  • Yo la ayudo, pero esto se soluciona con más dinero.
  • Por favor resuélvanlo, no podemos invertir más tiempo en este tema.

Mariano fue a visitar al frutero de la otra cuadra, le explicó que  con la facturación diaria pagaba el monotributo de un mes y que su situación irregular le podría traer complicaciones de largo plazo. Incluso le ofreció que el estudio de contadores de la empresa le diera una mano para la inscripción. Además arregló que podía realizar las entregas antes de abrir el local, y que de esa manera él tendría unos cuantos kilos de fruta vendida antes de comenzar su día.

Y así fue, la frutería regularizó su situación (previa facturación de honorarios del estudio a la empresa para agilizar los trámites) y Don Raúl comenzó a entregar la fruta sistemáticamente todos los días a las 8 AM. Raúl la acomodaba en unas coquetas canastas que con sorprendente proactividad compró el pasante en el puerto de frutos durante su fin de semana. Decidimos que cada sector tendría su canasta ya que originalmente la idea era dejar todas las frutas en la cafetería pero luego del primer día tuvimos  algunas quejas iniciales respecto a la desigualdad de distancia de cada sector a la cafetería.

Rosario le debía una a Mariano. Se complementaban muy bien, pero en este caso Mariano supo arremangarse para resolver lo que en un comienzo parecía sólo un proyecto menor.

Era difícil entender por qué Mariano había elegido trabajar en Recursos Humanos. Si había algo con lo que Mariano no se identificaba era con la humanidad. Desconfiaba de todos, tenía una particular habilidad para diagnosticar finales catastróficos para cualquier iniciativa o proyecto. Para él, el ser humano siempre iba a actuar de la peor manera, con agendas ocultas y siempre en la búsqueda de ventajas personales. Mariano no escondía su estilo, lo compartía sin vueltas, con una convicción fundada en la experiencia de más de quince años de empresa. Su visión solía ser dramática y fatalista, pero a la vez invaluable al momento de construir escenarios.

El equipo estaba contento, había logrado instalar un nuevo beneficio, la gente lo valoraba y creíamos que el proceso ya estaba claro y que no habría mucho más que hacer; sólo cruzar los dedos para que Don Raúl mantuviera su estándar de servicio.

Fue entonces cuando lentamente comenzó a ganar terreno la naturaleza humana que siempre se acomoda más rápido a los beneficios que a las obligaciones. Cuando nada había, la aparición de las frutas fue una panacea, imposible de mejorar, inobjetable y reconocido como un detalle que no aceptaba críticas. Pero esta sensación duró apenas unas semanas. La coqueta canasta con esplendidas frutas que acomodaba tan cariñosamente Don Raúl empezó a ser objeto de los procesos de mejora continua que aplicamos con precisión quirúrgica sobre temas ajenos. Las mandarinas pasaron  a ser un tema polémico, muchos comenzaron a criticar su sola presencia argumentando que el olor que dejan en las manos no es apropiado para un ambiente corporativo y que al menos se podría minimizar ese efecto comprando la clase de mandarina que viene con la piel más gruesa,” la que se pela más fácil”.

Cuando escuchaba en la cafetería a cuatro personas discutiendo sobre el tema con el ceño fruncido, respiré aliviado –y me dije a mi mismo- si la gente se congrega a discutir sobre las mandarinas esta compañía no tiene problemas serios.

Claro está que mi reacción inmediata al alivio fue la furia; convoqué a mi equipo y les pedí que lancemos un comunicado informando que Recursos Humanos no se dedicaba a seleccionar frutas, que nuestro rol va mucho más allá de estas tareas y que al que no le guste podía expresar su queja directamente a mí.

A pesar de que mi equipo no estaba del todo de acuerdo en el tono,  mi decisión fue emitir el comunicado. A los quince minutos me encontraba en la oficina del Gerente General.

Con Willy, el Gerente General, teníamos una muy buena relación, sin ser amigos, existía un sólido vínculo de confianza:

  • Sentate Marcos, necesito que me expliques que fue ese comunicado.
  • Willy,… ¿vale la pena invertir tiempo en esto?
  • Si vos invertiste tiempo en escribir un comunicado a toda la organización sobre  la fruta y el rol de Recursos Humanos, creo que vale la pena, ¿no?
  • No me psicopatees. Si me llamás es porque no te gustó. Escribí en caliente y ese fue un error, pero tengo las pelotas por el piso Willy, no puedo aceptar que la gente se queje de la fruta cuando hasta hace una semana sacaban de un tupper mugroso una manzana oxidada que pagaban ellos y ahora me encuentro con cuatro vagos en el bar discutiendo sobre la puta piel de la mandarina. Decime ¿yo estoy equivocado?
  • No estás equivocado, estás lidiando con personas y las personas actuamos así.
  • Entonces ¿cambio las mandarinas?
  • No me tomes por idiota, sabes bien lo que quiero decir, baja un cambio y fijate que te pasa a vos que reaccionas de esa manera.

Esa última frase me dejo pensando. Willy tenía razón, había algo que no estaba funcionando bien… ¿Cómo llegué a estar involucrado emocionalmente con las mandarinas?

Llamé a mi equipo, hice la autocrítica del comunicado y les dije que dejaría todo en sus manos, que no quería saber nada más con este tema, que contaban con todo mi apoyo para la decisión que tomaran.

Pasaron diez días y si bien estaba técnicamente despreocupado del tema, estaba expectante por ver si Mariano o Rosario tomaban alguna decisión. El día once recibí al igual que todos los empleados el comunicado:

“Estimados Colaboradores:

En el marco de nuestro programa de bienestar, queremos comunicarles una novedad sobre la administración de los snacks saludables.

Con el objetivo de hacer más eficientes los procesos de compras y que cada colaborador pueda autosatisfacer sus estándares de calidad, cada uno de nosotros tendrá la posibilidad de comprar hasta tres frutas por día y rendir su costo a través del proceso de rendición de gastos que utilizamos normalmente.

Asimismo le informamos que las frutas que podrán ser rendidas deberán ser aquellas denominadas “tradicionales” como banana, manzana, pera, mandarina (en todas sus clases de cáscara), naranja, pomelo o durazno. No podrán ser rendidas frutas “exóticas” como mango, maracuyá (o también conocida como fruta de la pasión), coco, etc.

Cordialmente,

Dirección de Recursos Humanos “

Leí tres veces el mensaje antes de convocar a Rosario a mi oficina. Llame a su interno y susurrando le pedí que venga.

Rosario entró a mi oficina radiante:

  • Viste que comunicadito sacamos ¿no? ¡Les pusimos la tapa! Ahora que se vayan a quejar al mercado central si la fruta no está buena… ¡jajajajaja! Nos pasamos medio día con Mariano escribiendo el comunicado. No me digas que el detalle de “en todas sus clases de cáscara” no fue genial.
  • ¿Mariano estuvo de acuerdo con este anuncio? –pregunté en calma-
  • Sí, claro, -respondió Rosario con soltura- somos un equipo ¿no?
  • Llamalo por favor.

Mariano entró con papeles en la mano, con una mirada que dejaba entrever que no iba a dar batalla.

  • Mariano, Rosario, ¿en qué pensaron cuando redactaron el comunicado?

Rosario no dejaba atrás su exaltación:

  • Pensamos en una alternativa que sea un “win-win” para todos. Con este plan nosotros nos olvidamos de la administración y ellos tienen la fruta que quieren. Es perfecto.
  • Mariano, necesito tu punto de vista –dije-.
  • Mira Marcos, a mí me da lo mismo, yo no como fruta.

El corazón se me salía por la boca, todo olía a tragedia, pero no había llegado a armar mi respuesta a Rosario y Mariano cuando sonó mi teléfono. Era Rolo:

  • Escuchame Marcos, ¿a quién mierda se le ocurrió este proceso ridículo para comprar las frutas? ¿Te das cuenta que somos doscientos empleados y que eso representa procesar casi mil reportes de gastos más por mes? ¿Vos ya tenés aprobado el headcount que voy a necesitar para tesorería?
  • Rolo,  vos querías las frutas, este es el costo. No te olvides que todo esto fue idea tuya.

Rolo no me respondió, sólo escuche el lapidario sonido del “click” cuando cortó.

Les pedí a Mariano y Rosario que se fueran, les dije que retomaríamos la reunión más tarde.

Me encontré en mi oficina con una sensación desoladora, sentía que el tema se me había ido por completo de las manos; mi equipo con el rumbo equivocado, en conflicto con Rolo, y probablemente también con mi jefe. Para completar el panorama caótico, el radio pasillo estaba a pleno;  el “trending topic” era si el ananá era considerada una fruta exótica pero también habían discusiones sobre si se pueden reportar tres sandias.

Tenía que recomponer la situación con Rolo. Fui a su oficina, entré, pero él ni siquiera levantó la vista del monitor.

  • Rolo, disculpame, esta puta fruta se me fue de las manos y me llamaste en el peor momento.
  • Todo bien… -dijo Rolo con un tono que destilaba rencor-.
  • No te creo  – le dije -.
  • Estoy caliente, no es buen momento.
  • Te entiendo Rolo, sólo vine a pedirte disculpas. Voy a encontrar una solución a las rendiciones y te vuelvo a ver.
  • Me parece bien –dijo Rolo sin denotar interés-. Avisame.

Tenía que destrabar la situación, llame a mi equipo y le dije que debíamos hacernos cargo de la carga de los reportes de gastos y que para eso vamos a contratar un pasante ya que no se reporta en el Headcount.

Durante las entrevistas era muy difícil explicar la tarea a los jóvenes candidato. En realidad era muy sencillo, lo difícil era enmascarar lo que a nosotros mismo nos daba vergüenza reconocer: un pasante sentado en Recursos Humanos para procesar tickets de fruta. Digna imagen de una película de Almodóvar.

Afortunadamente, el romanticismo que los jóvenes estudiantes tienen hacia las grandes empresas nos permitió reclutar a un estudiante de Administración de empresas que se transformó en el “Wellness program process owner”, un título que endulzaba la amarga tarea.

El proceso comenzó razonablemente bien, la gente compraba por lo general su fruta en un supermercado para tener el ticket y reportar el gasto. Pero claro, a las pocas semanas comenzaron las primeras señales de que esto se iba a desvirtuar.

Recibimos dos reportes de gastos que nos llamaron la atención, uno que incluía “ensalada de fruta“ y el otro “frutas secas”, ambos por importes que serían equivalentes a tres frutas “tradicionales”. Era evidente el razonamiento que estos dos empleados habían hecho. Y así lo comprobó Rosario cuando consultó a los empleados sobre el tema.

  • “A la empresa no le cambia nada, gasta el mismo dinero y lo que compramos es igual de saludable que una fruta”.

Dejamos pasar este episodio, pero luego comenzaron a llegar tickets con barras de cereal, semillas naturales, bebidas orgánicas, y llego un momento en el que el pasante invertía gran parte de la mañana paseando por los escritorios consultando sobre lo que la gente reportaba y otro tanto en el escritorio de Rosario aprobando las “excepciones” a la política.

Luego de dos meses, definimos que no tenía sentido esta administración y que lo mejor era establecer un monto y que cada uno reporte el alimento que deseara.

Si bien era una medida razonable, era el fin del espíritu que originó el beneficio. De hecho cuando discutí con Rolo el tema, me dijo que desde el punto de vista de auditoría no podíamos permitir que la gente reportara “cualquier cosa” porque se transformaría en un gasto de representación que en muchos casos era injustificable (Recepcionista para dar un ejemplo), y que, por lo tanto, se transformaba en una remuneración encubierta.

Rolo, una vez más, tenía razón. Lo más lógico era incluir un adicional en la compensación de los empleados, que represente el costo de tres frutas por día y dar por terminado el tema.

Cuando hicimos los cálculos, la suma era tan irrisoria que daba vergüenza incluirla en una línea separada en el recibo de sueldo. Al valorizarla, todo el intangible se diluía y hasta lucia contraproducente. Pero no veía otra alternativa, y así fue implementado.

Mariano trabajó para encontrar una descripción razonable para poner en el recibo, finalmente decidimos denominarlo “Refrigerio”. Además de trabajar un día entero en el sistema para crear un nuevo concepto en SAP, tuvo que calcular el “grossing up” para que no tuviera un impacto impositivo.

Era difícil entender cómo a un par de meses de haber lanzado un “inocente” beneficio de unas frutas, habíamos llegado a esta situación. En realidad era muy claro el “cómo llegamos”, lo difícil de entender era “por qué llegamos”.

Yo me encontraba desgastado, el equipo frustrado y la imagen del área por el piso. No podíamos digerir que una buena intención hubiera sucumbido en un fracaso de dimensiones inesperadas. Es como haber querido tener la sana iniciativa de colgar un cuadro en la casa y haber agujereado un caño que termino por inundarlo todo.  

A fin de año el sindicato realizó una inspección de rutina, y cuestionó que el concepto “Refrigerio” tenía un valor muy bajo y que no era suficiente para un refrigerio digno.

Cómo explicarles la historia de las frutas a los dos delegados del sindicato que miraban indignados la ridícula suma de dinero que esta empresa multinacional estaba dispuesta a destinar al refrigerio de sus empleados.

Tuvimos que elevar la suma del refrigerio un 470% para el año próximo. El impacto en los gastos fue considerable. Rolo estaba preocupado, la línea de salarios no resistía semejante impacto para un presupuesto que estaba muy justo y no podíamos absorber ese incremental; había que mantener lo presupuestado.

La única manera de mantener el monto de salarios en línea con el presupuesto, era reducir el incremento del año próximo o despedir a tres empleados. Willy decidió que reducir el incremento iba a tener un impacto muy negativo en el ánimo de toda la empresa y que prefería reducir el headcount.

No pude dormir en toda la semana, me desvelaba pensando en la gente que iba a quedar sin trabajo por las putas frutas. El lunes fui a la oficina de Willy a primera hora:                             

  • Willy me tengo que inmolar. Esta situación no es justa, es mi responsabilidad que todo esto haya terminado de esta manera. Las frutas nos están costando tres headcounts y es muy injusto, prefiero ser yo el que pague el costo y salir.

Willy me miro casi con ternura…

  • Marcos, te entiendo y valoro tu gesto pero la organización puede reajustarse y trabajar con tres empleados administrativos menos pero siempre vamos a necesitar un Director de RRHH. Si vos te vas, debo contratar un reemplazo y eso no generaría ningún ahorro.

El pragmatismo de Willy me dejo sin argumento, lo mío era un gesto digno pero de impacto neutro.

Pero Willy no dejó pasar la oportunidad, me dijo que de todos modos sería razonable esperar que mi área sea la que haga un esfuerzo para achicarse y colaborar con este ajuste.

Y así fue; Rosario dejó la empresa a fin de año. La razón de su desvinculación era incomunicable. No podía decirle que la despedía para compensar el costo de la fruta, hubiera sido humillante. Me refugié en el clásico ciclo cumplido y la necesidad de renovar perfiles.

Comencé el año tratando de hacer “borrón y cuenta nueva” pero la culpa me seguía a todos lados. Cada vez que pasaba por una frutería o abría la heladera, recordaba la catástrofe. No podía seguir así.

Lo fui a ver a Rolo, charlamos largo rato; me apoyó mucho. Me ayudó a entender que estos fracasos son parte del desarrollo, que seguramente aprendí mucho más de esta experiencia que de cualquier otra y que debía apalancarme en esto para rearmarme y encarar un año con nuevos desafíos. Elevar la moral de mi equipo y reposicionar el área.

Después de unas cuantas sesiones con Rolo pude comenzar a revertir mi ánimo, armé un plan y arranqué con energías renovadas. Durante ese tiempo, Willy anunció que lo trasladaban y que su reemplazo llegaría en unas dos semanas.

Era una gran noticia, no por el hecho de que Willy saliera, ya que había sido un gran coach y nos llevábamos muy bien, pero un jefe nuevo me permitía reinventarme con mayor legitimidad.

Y llegó David, un americano muy simpático, casado, dos niños, deportista y con mucha energía.

Tuvimos los primeros encuentros y todo iba muy bien. David me pidió preparar una presentación del área para el próximo lunes.

Trabajamos intensamente durante la semana, me tuve que arremangar para suplir a Rosario, quién solía encargarse, y muy bien, de estas cosas.

Finalmente llegó el lunes por la mañana. Todo estaba dispuesto en la sala. David llegó puntual y saludó a todos. Se sirvió un café y en un castellano desprolijo nos dijo: “Que costumbre particular que tienen ustedes de comer medialunas a la mañana, deberían probar con alguna fruta”.

  • Do you mean fresh fruits? –respondí en inglés para evitar cualquier mal entendido- Believe me David, you really don´t know how dangerous a tangerine could be[i].

[i] Traducción: “¿Querés decir ‘frutas frescas’? –respondí en inglés para evitar cualquier mal entendido-Créeme David, no sabes cuán peligrosa puede ser una mandarina”.  

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